Xilitla. – I. Los Pasos Imaginarios.

La sangre es demasiado salvaje. La sangre corre en las carreteras. Atraviesa las venas abiertas de la tierra y en el fondo parece como si nos lloviera la vida por dentro. Esto no se dice y es un tema de sincronías, de acuerdos en voz baja, por lo que en principio uno de los aspectos más importantes es la complicidad.

Le comenté a Will un par de días antes, nuevamente, porque un par de meses antes había salido el tema, que nació un año y 6 meses atrás, mas o menos, en una conversación de calle o de salón de clases. Le pareció mero recordatorio, mero aviso de la memoria para que en el segundo lunes del mes de julio saliéramos rumbo a San Luis Potosí con un bosquejo de mapa en la mano y un par de mochilas.

Alex Gauthier –semana y media después- me hacía el comentario de lo extraño que era ver Mérida desde fotos satelitales, una ciudad rodeada de selva pero que en su interior no se divisaban áreas verdes. Una ciudad principal cubierta de naturaleza que había desterrado la naturaleza de su centro, o al menos, de la capital del estado.

La ciudad infecta. Por sus agendas y sus oficinas, por el tránsito lento y enfermo de los vehículos, por las prisiones voluntarias del alma convertidas en centros comerciales. La ciudad arde pero no estalla, continúa ardiendo hasta incendiarse por dentro, hasta consumirse como un fuego que se arruga en el interior y se traga las llamas. La ciudad es un relieve de formas arquitectónicas, tecnológicas, industriales, que esconden la pérdida del espíritu. La ciudad tiene de todo cuando nada queda.

Xilitla sonó a través de Dalí, a través de Magritte, a través de El principio del placer. Un cuadro con el rostro de un hombre iluminado, o, que no tuvo rostro,  si no una explosión de luz por cabeza, un hombre luz bien vestido con la mano derecha tensa sobre una mesa de madera –casi como rasgándola- y una piedra cercana. Son varias las cosas similares que prenden en uno la noción de sentir familiar el retrato. Un hombre de ciudad añorando o escarbando en la naturaleza muerta de un viejo árbol que ahora es mesa e inquiriendo preguntas en silencio a la sabiduría insondable de una piedra.

No había Edward James en las ideas, más allá del nombre, más allá del retrato que le pintó Magritte. El puro misterio.

Álvaro, un trailero que nos llevó casi todo el camino a San Luis Potosí con algunas paradas para dormir, bajarnos a comer piña, fresas o entrar a los mercados del camino comentó que fueron dos los motivos por el cuál nos permitía ir con él hacia San Luis: De joven también lo hice y ustedes no se ven tan malandros.

Hablando con Will salían ideas generales: La gente que te puede llevar ha tenido experiencias de este tipo o alguien cercano a él a viajado por ray. Si tienen algo que conservar, un buen auto, o llevan seres queridos, difícilmente se les cruzará por la cabeza la idea fugaz que atraviesa en menos de un minuto llevar a un par de desconocidos que tienen su pulgar oponible izado como bandera blanca. Eso también era tránsito y caminando lo mejor que puedes hacer es no pensar mucho y avanzar. Al final nunca sabes quién será esa persona que se detenga y es seguro que el 99% de las personas no se detendrán para saber a donde viajas.

Tomó 3 días pisar San Luis. Antes pisamos otras carreteras. El Lunes – estábamos cerca de Calakmul, lo sé por el tamaño de las mariposas – ante las discusiones de Álvaro con sus superiores por el gasto de un rin roto y la falta de Diesel estuvimos la tarde entera en el terreno de un señor de Veracruz que nos habló de la lluvia que cae en su pueblo, una lluvia chispita, que no termina, un sitio donde llueve poquito pero siempre llueve. Nos quiso mostrar unos gusanos del tamaño de aves pequeñas pero el camino era difícil y los mosquitos todavía más así que le dimos una vuelta al pueblo y nos sentamos a esperar que Álvaro ganara la disputa con sus superiores, cosa que no ocurrió y él tuvo que pagar el rin que seguramente quebró de estar volándose topes.

Breves cuadros de la memoria: Recuerdo a una persona que no tendría más de 20 años, sin piernas, sostenido por las rodillas sobre una manta en medio de un camino de doble sentido y mirar como los tráileres y los camiones cruzaban pegados a él que tenía las manos hacia arriba pidiendo o vendiendo algo, tenía también un cartón colgando en el cuello que no me dio tiempo de leer justo antes de entrar a Loma Bonita imaginé que era el sufrimiento de rodillas. Supe que era el sufrimiento de rodillas cuando nos bajamos del camión y sentimos el calor del lugar.

Recuerdo levantarme la madrugada del martes y Will que había hecho el paro la mitad de la noche a Álvaro me cambió de sitio. Estábamos en el entronque que divide la carretera libre de la de cuota rumbo al D.F. y por la experiencia del viaje, sabía que de ahí no nos íbamos a mover hasta las once. Me bajé del tráiler y estuve caminando en las veredas de los cerros un rato, donde la tierra está muy húmeda, esa que se ve desde las ventanas de los camiones, con sus tierras aradas y sin arar, pero sobretodo con sus vaivenes de tierra, con sus elipses y sus relieves, con su aire de mañana, con sus flores y sus aves invisibles. Llevaba doce horas sin mover las piernas por lo que caminar entre los cerros de la carretera y perder el sendero por el que subí me reanimó. Los árboles estaban dispersos, lejos uno de otro, como peones en un tablero de ajedrez marrón, vi a lo lejos cabras pero no vi personas que las cuidaran, vi pequeñas construcciones que podrían ser casas pero no me acerqué. Seguí subiendo los cerros, anclando los tennis en la tierra para impulsarme en subidas, a veces, apoyándome en las piedras con la cámara del ipod en la mira esperando que pudiera tomar una foto de algo que destacara entre lo que ya era destacable de por sí.

La vida se pega: Por el sudor, por la hierba en los pantalones, por el frío en la carretera, la vida se pega y te mueve como en una corriente entre montañas y tierra como lo haría el insecto que acaba de ver el primer día de su existencia. Subir, subir y sentir las piernas vivas, subir porque no hay otra cosa que hacer más que seguir subiendo, así me encontré en un sitio alto, no el más alto de los de mi alrededor pero sí muy alto y observé pero no pude encontrar el camino por el que llegué ahí, los pasos como he aprendido se plasman y se van desvaneciendo, los pasos son imaginarios, son intermitentes, y para dar la ilusión de permanencia, de que algo queda, sólo se puede seguir pisando, el camino no cambia, los pies sí. Somos ese libre tránsito de pisadas en la tierra, algunas muy hondas,  otras muy leves, pero todos los pasos se desvanecen, todos los pasos son imaginarios y es algo que Edward James conocía bien.